Vernon Subutex da nombre a una trilogía en que la escritora francesa Virginie Despentes efectúa una incisiva radiografía de la sociedad parisina en el momento actual sirviéndose de una amplia y variada gama de personajes que gravitan en torno a sus dos protagonistas: por un lado, el que da título a la serie de libros, antiguo propietario de una tienda de discos que cerró a raíz de la comercialización de la música en formato digital y que acaba viéndose empujado a vivir en la calle y, por otro, Alex Bleach, cantante negro criado por una familia de raza blanca que conoció el éxito comercial a gran escala pero vivió atormentado hasta su reciente suicidio. Sea por el alejamiento de la realidad social que conlleva la condición de sintecho o como consecuencia de su fallecimiento, ambos comparten una cualidad cuasi-fantasmal en contraste al resto de personajes, a menudo impulsados por esos bajos instintos, tan reconocibles, tan inconfesables, que anidan en la vida y en las relaciones en sociedad.
El inusitado interés despertado por unas cintas de vídeo grabadas a modo de improvisada confesión por Alex poco antes de su suicidio, que implican a terceras personas y que entrega a un Vernon que se desentiende de ellas porque no le suscitan curiosidad y bastante tiene con lidiar con su desahucio, conforman el eje de la escueta trama en torno a la cual se articula la narración. Al grupo de viejos amigos de ambos, espoleados en sus conciencias al conocer la reciente condición de sintecho de Vernon tras haber sido fugazmente acogido en la casa de cada uno de ellos con reticencias mejor o peor disimuladas, se van sumando otros personajes interesados en obtener las cintas, sea de forma directa o por vía interpuesta, o afectados por lo que en ellas se cuenta.
Es el de Despentes un esquema sencillo pero efectivo que le permite ofrecer la panorámica social a través de una nutrida colección de personajes, partiendo del grupo de cuarentones al que pertenece Vernon, unidos en su juventud por su pasión por la música alternativa y la creatividad como seña de identidad rebelde –se intuye un componente autobiográfico en el retrato generacional y la autora cuenta con experiencia como vendedora de discos así como en otras actividades más sórdidas que encuentran reflejo en su obra- que, víctimas de sus limitaciones, maduran con creciente amargura al no haber visto cumplidas unas expectativas que a menudo ni siquiera son capaces de definir ya que son mucho más eficaces y precisos a la hora de despotricar que de afirmar. Solo la situación de su amigo les hace reaccionar y retomar el contacto, instigados por el sentimiento de culpa tras haberle fallado, de igual modo que Vernon siente no haber estado a la altura cuando su amigo cantante le necesitaba pese a que no siente remordimientos por ello de igual modo que evita cualquier tentación de victimismo ante su precaria situación. El de Vernon es un personaje ensimismado, neutro, indolente, a un tiempo enigmático y transparente, que actúa como un espejo en el que cada cual se ve reflejado. A ellos se van añadiendo incorporaciones de la más variopinta condición: una estrella del porno, una hacker-trol, una familia de inmigrantes musulmanes, un travesti, neonazis, un exitoso productor de cine, otros sintecho, un humilde jubilado alcohólico... A medida que se amplía el espectro, se enriquece el calidoscopio humano a costa de tensar la credulidad del lector. Ello permite a la autora abordar las temáticas que definen la realidad social: racismo, sexo, intolerancia, conflictos de clase, de género, integración, dinámicas de poder, violencia, consumismo, individualismo, etc.
Vernon Subutex ofrece una visión inquietante de la sociedad actual a través de un discurso ácido, cínico, en clave de realismo crudo. Al desencanto inherente a la madurez (“Pasados los cuarenta, todo el mundo parece una ciudad bombardeada”) se suma la rebaja de expectativas ante una civilización occidental en decadencia sometida a un acelerado programa de ingeniería social (“Se acabó el viejo mundo. ¿Qué necesidad hay de educar a gente que ya no necesitamos en el mercado laboral?”). Su rígido esquema formal se compone de capítulos más bien breves, cada uno de ellos centrado en un personaje, que además de progresar en la trama incluyen monólogos en tercera persona a través de los que la autora desgrana su momento vital, su personalidad y motivaciones y le permiten recuperar su pasado para ofrecerlos en perspectiva. Aunque efectivo, a la larga dicho enfoque puede inducir cierta monotonía –sumados, ambos volúmenes alcanzan casi las 700 páginas- que la autora busca conjurar introduciendo un drástico cambio de escenario en el último trecho de cada libro: así, mientras hacia el final del primero Vernon Subutex queda por fin en la calle tras pasar varias semanas trasladándose de una casa a otra, al final del segundo, todo el grupo se desplaza a Córcega donde empiezan a organizar fiestas espontáneas para las que Vernon, un tanto ajeno, casi reticente, actúa como dj ya que el buen oído y la cultura musical es cuanto conserva de su anterior vida.